sábado, 22 de octubre de 2016

El cortijo del abuelo o el timo del déficit público


El cortijo del abuelo 

 
Una vez un padre tenía 17 hijos, todos muy majos. Ellos, a su vez, también tuvieron mucha, mucha familia. Vivían sus vidas, todos como mejor podían y les placía en el cortijo que les había dejado el abuelo. Este cortijo, como toda comunidad de vecinos, tenía gastos de mantenimiento, muchos gastos; que si reparaciones de zonas comunes, que si el camino al corral, que si la uralita para la sombra de los gorrinos, que si la limpieza del pozo, que si el gas, que si la luz; en fin, un sin cuento.

  También pensaron, según iban conociendo la raza humana, que estaban expuestos a que los vagos, maleantes y malhechores les robaran los chorizos y jamones que con tanto amor habían cultivado durante el año, o mancillasen el honor de las doncellas familiares, no menos codiciadas. Y así, pensaron que más les valdría contratar algunos vigilantes de la playa con buenos garrotes, con lo que tuvieron más gastos. Pero como los malhechores no sólo eran de la familia, sino que también muchos de otros cortijos y gente errante, no sólo codiciaba los jamones, chorizos y virtud de doncellas, sino la misma tierra donde habitaban, hubieron de suscribir otro contrato con otra empresa de seguridad muy más sañuda, esta con látigos, garrotes y arcabuces. De manera que aún tuvieron más gastos que sustentar. Aunque considerando la paz y la tranquilidad en que vivían, los daban por bien empleados.

 

  Y además, como era una familia de buen coraszón, también pensaron que gastarían alguna parte de sus haberes en ayudar a las criaturas que no tuvieran con que se mantener. Y gastaron mucho, mucho más. Gastaron en la póliza de Sanitas para todos, en las facturas de los colegios para las criaturas y aun las universidades, en construir pisitos para quienes no tuvieran dónde caerse muertos, etc, etc, etc. Todas cosas muy útiles e incluso benéficas para la generalidad de todos ellos. Y entendiendo el abuelo que este subceso era bueno, fízolo escribir en este libro e fizo que se cunmpliera de ende en adelante.

 

  Otrosí, llegaron a ser tantos los negocios y trámites de tanta empresa como se acometía, que el buen padre, trabajador como era se plantó diciendo: -Hijos míos me teneis hecho un esclavo y la vida no me da para más. Así es que, si quereis que sigamos con los negocios, algunos de vosotros, los más listos y obedientes, se vendrán aquí conmigo a ayudarme en este maremagnum de asuntos, para lo cual les pagareis entre todos un buen sueldo y aquí paz y después gloria.

 

  Ahora bien, ¿cómo sufragarían tanto gasto como se les venía encima cada año y cada mes? Pues el padre, que era un tipo listo, pensó que ya que todos participaban de la comunidad y comodidad, sería bueno que, de los pingües sueldos que percibían cada mes o cada año, todos detrajeran una cantidad para el dicho sufragio. Con este designio un buen día reunió este precavido personaje a todas las criaturas, hijos, nietos y biznietos (que a todos alcanzaba la sabiduría del buen hombre) y enseguida se echó de ver que no todos contribuían con la misma alegría de la exacción de sus sueldos ganados con más o menos esfuerzos, penalidades, ingenios, sudores o suertes. Cuestión que al padre no le impidió sobre poner, pues además de listo como se ha dicho, era expeditivo y nada remiso a asentar la mano en los casos de necesidad, y así vino a llamar junto a sí a los más listos e inescrupulosos de sus nietos encomendándoles la ingrata misión de fiscalizar, encontrar y echar mano de los caudales de sus padres, primos y hermanos, allá donde se

hallaren, en la cuantía que este personaje por sí considerase adecuada a cada cual. Para ello, el padre les proporcionó (más gastos) elementos suficientes con que poner por obra el designio enconmendado: cuadernos, bolígrafos, un cuartito en la casa, pizarras y aun ordenadores y espías, y aun una compañía de los del garrote por si los apremios con dulzura no eran lo bastante eficaces entre los familiares renuentes. Empleados tributarios se llamaron y dijeron que, si bien árduo, no les arredraba la dificultad y peligrosidad del trance, y que, de una u otra manera, ellos allegarían los caudales que se les encomendasen, tantos como fueren menester.

 

  En esto que se pensó que, para mejor se gobernar, sería bueno hacer contabilidad de los caudales gastados, allegados y disponibles.

 

- El total del sueldo de todas las criaturas del cortijo más lo que ganaba el cortijo de las tierras, rebaños y piaras comunales sería el Producto Interior Bruto PIB.

 

- A la suma de todos los gastos comunales, tanto en facturas como en sueldos a las agencias, empresas, ayudantes, vigilantes, contables, etc que emplea o contrata la comunidad, sería el Gasto Público. Que, por cierto, cada año viene a ser un pico.

 

  Y así, allegando caudales de la exacción de las criaturas y gastándose estos caudales en lo que daba la fértil imaginación del padre, pues, además de listo, expeditivo y generoso, también era imaginativo, vivieron mucho tiempo más o menos felices, trabajando como burros o como perros, o como castores, tomándose unas cañitas cuando podían o llevando a la parienta al chiringuito de la playa, con los dineros que les quedaba después de la dicha exacción.

 

  Pero un año el padre se pasó de listo o imaginativo y púsosele en la imaginación que muy bien podrían dedicar algún dinerillo en algunas cosillas que se le iban ocurriendo. Más piscinas, más empleados, muchas, muchas televisiones y radios, y, por qué no, ayuda a otros cortijos vecinos o del más allá. Advirtió entonces que con los caudales allegados del año no tenían suficiente y estuvo triste y desconsolado un tiempo, viviendo sin vivir. Entonces, el más listo de sus cientos de ayudantes que ya tenía, deseoso de verle feliz, enjugándole las lágrimas con dulzura vínole a decir con voz melíflua.

  --Pierda cuidado, señor padre, y no se apene por tan poca cosa, que esto tiene fácil solución.

  --¿Cómo es eso? Desgraciado, pues no ves que no tenemos caudales bastantes y ya estamos sacándoles más de la mitad de lo que ganan las criaturas? ¿Qué quieres, que me apedreen y me echen a trabajar y a ganarme la vida?

  -Ah, nada de eso, señor padre. Fíjese qué sencillo...

 

   Y el ingenioso ayudante le contó al padre por qué industria vendrían a hacerse con tantos maravedíses como su imaginación requiriese.

 

Así, el padre, vino a comprender que, para poder llevar a cabo su fechoría, le resultaría muy fácil pedir un présttamo a algunos prestamistas, famosos por su generosidad, que estaban dispuestos a adelantar esos pocos maravedíses que al padre le faltaban para realizar sus sueños. Después de todo, con los chicos de la Tributaria y los vigilantes de la playa, para devolvérselo, podía echar mano de más y más caudales de las criaturas del cortijo, tantos como dieran de sí los sueldos hasta llegar a la totalidad, el PIB.

 

  -Pero las criaturas me van a correr a gorrazos cuando se enteren de que me estoy gastando los cuartos que no tengo y les estoy hipotecando y esclavizando a ellos y a sus descendientes. -Decía el padre un tanto inquieto sin terminar de creerse el éxito de la maniobra.

 

  -Que no, que no, padre; que no se entera. -decíale el listo de los tributarios- Mire, A los dineros que nos gastamos les llamamos Gasto del Estado; a lo que sacamos de las criaturas ingresos del estado, y aún mejor y más confuso si a esta partida le añadimos lo que recaudamos honradamente de nuestras empresas, campos y rebaños comunales.

 

  -No puede ser; ¡se darán cuenta! Pero hijo, siempre se verá que entre lo que nos gastamos y recaudamos hay una diferencia y que éstta, la tendrán que pagar ellos mañana.

 - Bah, eso se remedia llamándole Déficit Público y así no nos apedrearán, padre, confíe en mí.

 

  -Pero el año que viene tampoco tendremos dineros para mis caprichos y, además, habrá que pagar también el préstamo que estamos pidiendo.

  -Ja ja ja. Pues no pasa nada. Pedimos otro crédito y ya está. Tanto como necesite.

 

  -Pero, hijo, entonces deberemos un montón de dinero y ya si que no nos salva ni tu madre, que en gloria esté.

 

  -No pasa nada. Al dinero que debemos le llamamos Deuda del Estado y a las cuentas que nos hacemos, por si hay alggún hermano quisquilloso, presupuestos generales del estado.

 

  -Y el padre tuvo éste por buen consejo y fízolo así, y fallose ende bien e gastó cuantos dineros quiso. E fizo que lo pusieren en unos versillos que dicen así:

 

Cuando maravedises te faltaren,

pide un préstamo de presto,

para que otros lo pagaren.